miércoles, 19 de junio de 2013

La misma piedra.

Las piedras con las que tropiezo,
  acabarán siendo camino. 
"María Isabel GS"

Podemos caminar descalzos, 
ennegreciendo las suelas de los zapatos
que lanzamos lejos
para no dejar más huellas. 

Agrietar tanto los pies como el alma,
mientras afilamos adoquines y los colocamos
en el centro de la senda. 

Podemos tropezar con la piedra, 
girarla,
darle la vuelta a todos los conceptos adquiridos.

Agarrarla y lanzarla al mar de dudas
que nos acompaña en cada travesía. 
Quitarnos la ropa, 
sumergirnos y recuperarla. 
Encharcarnos los pulmones
y cargar con ella a la espalda. 
Ahogarnos por no aguantar su peso, 
mientras nos partimos las vértebras en su honor. 

Pesar las cicatrices y redibujar sus formas. 
Tatuarnos a la piedra o desgarrarnos las rodillas.
Reafilarla. 
Cortarnos las venas con ella. 
Reventar de un golpe. 

Sabemos hacer malabarismos con la piedra.

Podemos jugar, patear, volver a lanzarla al mar y que ésta vez no se sumerja. 
Que baile eternamente sobre la superficie salada creando círculos concéntricos de los que nosotros, 
no saldremos. 

Destrozarla y con los pedazos, 
inventarnos un camino. 

No olvidar que si tropezamos es
porque estamos sobre ella. 
Y que esa piedra puede ser 
nuestro destino. 



viernes, 7 de junio de 2013

Ella no estaba

"Ella sólo le tiene miedo al miedo, y hasta el miedo la amaría".
Carlos Salem.


Ella se deslizaba como patinando sobre hielo, por las aceras resbaladizas de una ciudad más triste desde que se marchó.


Él deshojaba los paquetes de tabaco buscando el “me quiere” en mono-dosis que a veces, lo dejaban dormir por las noches.


Ella se callaba cada una de las cicatrices que escondía bajo el pecho, la quemaron a fuego lento y las ostias destrozaron sus esquemas.


Él se refugiaba tras un muro dinámico, con destino opuesto a sus pesadillas.


Ella sonreía a medias, las que él, no le quitaba.


Él lloraba por las noches jugando al escondite con el insomnio. Contaba hasta cien y salía a buscarla con los ojos vendados,  olfateando la miseria.


Ella sonreía en salas repletas de personas vacías y bailaba entre abrazos de media noche que duraban cinco minutos.


Él dibujaba armas de fuego y las cargaba con palabras. Después se disparaba a quemarropa. 


Ella no era la musa del no te vayas nunca y Él no sabía correr si no era frente a su espalda.


Él pasaba como una tormenta sin opción a ca(l)ma, se automedicaba con la ansiedad, (no se puede luchar contra ella)  y desteñía los colores de su ropa.


Ella cambiaba de peinado pero no de perfume.


Él rastreaba cada una de las moléculas de su aroma.


Ella escondía el destino bajo su falda.


Él dejó de creer en las casualidades desde que escuchó el compás nervioso de su cucharilla contra la taza de café.


Ella dilataba sus pupilas.


Él multiplicaba la parte real de sus derrotas por la componente imaginaria de sus mentiras.


Ella irradiaba miradas y desprendía retinas ajenas.


Él caminaba más despacio y arrastraba los pies a solas por los lugares que los vieron crecer.


Ella no estaba.


Él borraba el arcoíris que Ella había dejado sobre su almohada. Curaba con alcohol barato las cicatrices que sus huellas habían provocado en cada una de las esquinas de su sistema nervioso.


Ella  no estaba.


Ella no estaba.


Y Él
ya no sonreía. 

Mi teorema

Podría cortarte las estrellas,
una a una
en triángulos equiláteros
y pedirle a la hipotenusa de tu ombligo,
que a ésta altura,
mejor calculamos tus senos.

Eres el número imaginario
y todas las partes reales,
que nunca pensé que existían.

Me quedo sin argumento
cuando integro las razones
que derivan de exponer,
la sección de tus deseos.

Eres el epicentro de la esfera,
la cuadratura de los círculos
que se revolucionan,
ante el volumen de tus sueños.

La componente compleja de ésta historia.
La razón extrema de mi teorema.

No importa
en qué sentido gires,
pues las agujas del reloj
solo quieren imitarte.

Jamás dejes que te acoten,
porque si hablamos de límites,
Tú,
tiendes a infinito.

Y que se jodan los paréntesis.